Reflexiones entre la pluma y la pared
Me encantan los trabajos en cadena. A pesar de estar de acuerdo con todo lo que nos dice en silencio Chaplin en Tiempos modernos, cada vez que hago cualquier tipo de trabajo en cadena me invade esa sensación de pertenencia que se supone que todos los humanos necesitamos.
Se supone. Como el valor en la guerra.
La foto muestra a algunas personas trabajando a lo largo de una mesa, yo entre ellas. Las había conocido apenas un par de horas antes, pero me sentía como en casa a su lado. Hubo risas, caras de concentración y mucho trabajo efectivo, pero nada de juicios.
Esta ha sido una de las pocas veces que entro en un grupo de personas que no juzgan. Nunca. Eso ni existe ni se plantea. La libertad que respiré en estos últimos días hacía tiempo que no me llenaba los pulmones.
Durante la cadena que se ve en la foto, hubo un momento en que me hablé en voz alta como a veces me hablo: mal. Una de mis compañeras me dijo que «aquí cada uno se habla a sí mismo con respeto» y en mi cabeza se iluminó una bombilla que solo se me ilumina cuando voy a terapia.
Maravilloso.
Hubo momentos. Muchos. Hubo reflexiones muy profundas en grupos pequeños y risas escandalosas en grupos grandes.
Pregunté muchas cosas. Porque hay muchas cosas que no sé. Y muy seriamente se me dijo que «los frikis hacemos esto para pasarlo bien y no para ver quién sabe más sobre qué cosas». Y me explicaron todo lo que no sabía, con curiosidad e ilusión.
Tuve tiempo para trabajar y para disfrutar. Hubo charlas de muchas personas que no conocía y que me robaron una parte del corazón del cerebro porque me fascina cómo piensan. Y cómo hablan. Tuve tiempo para hacer cosas que no había hecho nunca, como interpretar a dos autoras extranjeras, y para hacer cosas que siempre supe que se me daban bien, como recibir a la gente en recepción y darles información sobre todas las actividades y el funcionamiento de la convención.
Estoy reflexionando mucho pero todavía no dije en dónde estuve este fin de semana.
Típico de mí. Como cuando leo el último párrafo de los libros antes de comprarlos.
Entre los pasados 7 y 9 de octubre se celebró en mi ciudad la HispaCón, que es la convención anual de Pórtico (Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror) y en cuanto me enteré me ofrecí como voluntaria porque aquí pasan pocas cosas pero, cuando pasan, no veas lo que se disfrutan.
Ayer necesité todo el día para recomponerme porque la adrenalina tiene estas cosas, que cuando se te baja, de pronto, parece que te rompes.
Me quedo con la sensación de que, cada vez que me adentro más en este mundo de letras, matrices e historias, encuentro un pedazo de mí que se había quedado olvidado en los cuentos que escribía de pequeña: a lápiz, ocupando un cuadrado con cada letra y dejando dos cuadrados entre cada palabra.
Ahora mis letras son grandes y están un tanto apretujadas pero siguen siendo mías.
Y las voy a dejar salir.
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