Relatos
Siempre se preguntaría por qué tardó tanto en marcharse. Por qué no tomó antes la decisión que cambiaría su vida y su futuro.
Ver la ciudad desvanecerse, mezclándose con el mar y las montañas de fondo, le proporcionó una extraña calma que parecía querer acallar los nervios que vivían en su estómago desde hacía tantos años.
La sensación era tan conocida que formaba parte de su propio cuerpo. La inestabilidad de su estómago y la incapacidad de permanecer en silencio ni siquiera dentro de sí misma. Ni siquiera cuando estaba sola y no había ruido alrededor. Solo el ruido de su cuerpo somatizando todo el dolor que ella se negaba a sentir.
Decidió marcharse porque la situación era insoportable. No en su ciudad, sino dentro de sí misma. Desde que tomó la decisión se preguntaba cada día si ver su ciudad desaparecer mientras el barco se adentraba en el mar le proporcionaría alguna otra sensación que no doliese. Ahora, mar adentro, miraba las marcas del barco sobre el agua y no sabía si, del mismo modo, las marcas de su pasado podrían desvanecerse en su interior.
Pensó que la mejor opción era no tener un destino previsto. Creyó que así podría buscar hasta encontrar ese lugar en el que se sintiese cómoda, en el que pudiese ser.
Se preguntó hasta qué punto eso sería posible. Se preguntó hasta dónde llegaría su pasado y si este se impondría en su futuro, no dejándole siquiera disfrutar de su presente. «Porque el futuro es ahora», se dijo.
Le esperaban días de viaje en barco. Días en los que su único objetivo era cortar el cordón umbilical que la ataba a aquella ciudad. Creyó que la mejor forma de ser ella era dejando de ser lo que el resto esperaba. El viaje le permitiría empezar a reflexionar en qué iba a ser. Cómo iba a pensar. Cuáles serían sus prioridades.
Y tenía la esperanza de que al llegar al primer puerto ya habrían desaparecido las nubes de su interior.
Cuando desembarcó, la niebla le impedía ver más allá del muelle en el que estaba atracado el barco. Tampoco podía ver más allá de las marcas de su pasado. Todo seguía allí dentro, excepto los nervios de su estómago, que ahora se habían convertido en un hambre casi insaciable por probar todo lo nuevo que estaba por llegar.
Decidió probar las delicias que ofrecían en los puestos del puerto y se dijo que uno puede hacerse a la idea de la cultura de un sitio a través de su comida. Se dijo que quería verlo todo porque es imposible ser algo que no conoces.
Y con ese pensamiento subió al tren que la llevaría a su próximo destino. La niebla se había levantado en el horizonte pero no en su interior y pensó que ya era hora de empezar a escribir en su libreta nueva.
Decidió borrar las marcas de su pasado escribiendo ella misma las letras de su presente.
NOTAS AL PIE: «Y a su barco le llamó Libertad».