Naturaleza urbana

El parque era tan grande que conseguía acallar los gritos de las ambulancias y las canciones desafinadas del tráfico.

Relatos

De pronto se dio cuenta de que hacía rato que no escuchaba el sonido de la ciudad. El parque era tan grande que conseguía acallar los gritos de las ambulancias y las canciones desafinadas del tráfico.

Qué maravilla, había encontrado su propio oasis dentro de la enorme urbe en la que vivía.

Aprovechó el encuadre para enmarcar entre árboles esas antiguas escaleras que conducían a ninguna parte. Porque la idea es perderse encontrando los caminos que ya nadie pisa. Porque detrás de su cámara el mundo se para y posa para sus ojos. Porque en esos momentos nada más importa.

Siguió avanzando y, entre sus pisadas sobre las hojas secas, escuchó unos pasos pequeños y rápidos y vio cómo una ardilla subía por un árbol cercano. No le dio tiempo a cazarla con su objetivo pero se maravilló de la rapidez y agilidad del animal. Estas ardillas no tienen miedo a los humanos y muchas se acercan con la imposición silenciosa de quien espera un trocito de tu merienda. Y se lo das, porque hay algo curiosamente satisfactorio en alimentar a los animales salvajes.

Las escaleras estaban casi totalmente cubiertas de hojas húmedas y resbaladizas, Pensó en moverlas con los pies para que el próximo caminante tuviera el camino más fácil pero pensó que eso haría que el encuadre perdiera su encanto. Mejor tener cuidado y dejar al paisaje formarse por sí mismo, sin los cambios absurdos que los humanos hacen porque quieren estar más cómodos.

Se imaginó cómo sería vivir en el bosque en lugar de la ciudad. Supuso que, si vivía dentro de lo que le aportaba tanta paz, su vida sería más tranquila y sosegada.

Fantaseó con la idea de mudarse al bosque por un rato que le pareció una eternidad. Feliz, se imaginaba plantando y cosechando con sus manos lo que más tarde le daría alimento y pensó que no podría haber mayor satisfacción que cultivar tu propia comida.

Algo le dijo que no era un sueño imposible y que podría perfectamente conseguir esa paz y siguió caminando, respirando esa naturaleza a la que pronto llamaría «casa».

Llegó a un claro y a lo lejos divisó los rascacielos que, como si fueran potentes imanes, atrajeron tanto su mirada como sus pasos. La ciudad le exigía en silencio que volviese a perderse entre el bullicio que, de alguna forma, le permitía mantener el anonimato mejor que la naturaleza.

El bosque exige una honestidad interna que todavía no podía permitirse.

Todavía.

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